Es el tiempo el que anda, no nosotros.
Vemos pasar el sol por la cal de las tapias
y esa es la singladura.
Nos parece volar por la autovía
y apenas si avanzamos.
Subimos a un avión entre dos continentes
sin movernos del sitio,
arrastrando un hilillo pegajoso,
un rastro de recuerdos que nos identifican.
El ramal de los días forma nudos y nudos
donde se nos enreda
la casa que llevamos siempre a cuestas.
Pero andar, más bien poco. Apenas damos
cabezadas brevísimas y ahí delante sigue,
sin moverse ni un palmo, el horizonte,
cada vez más inalcanzable
pues todo nos sucede en un dedal.
Lo de andar es un sueño que mengua poco a poco
a medida que cambia la luz hacia el invierno.
Un día amanecemos
pegados en el marco de una puerta
y es lo más parecido a haber llegado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario