Me adentro presuroso en vuestra alcoba
pero ya estáis dormidos, llego tarde.
Aparto los juguetes, tan calientes
de vuestras manos
que a mí casi me queman al tocarlos.
Entonces descubro que mi sombra
se parece a la sombra
de alguna pesadilla. Me da miedo
dar miedo
que es un miedo aún peor
que ser un monstruo.
Como dormís tan suave,
las tormentas se duermen al oíros.
Os doy un beso, huelo vuestro olor
y, al arroparos,
mi sombra se pone cariñosa,
se vuelve familiar, me reconoce.
Al salir voy
andando con cuidado
y mi sombra me sigue como un perro
lamiéndome las puntas de los pies.
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